OPINIÓN - 06/11/2007
Por Cristina Veran
Durante el reciente concurso de belleza Miss Universo 2007, millones de latinos admiraron a las concursantes hermosas supuestamente representando a nuestra belleza. Lo que quiero saber es, cuantos de nosotros reconocimos y pensamos en lo absurdo de esta noción. Considera los rostros tan bellos de las Misses, como de mi Perú, de Bolivia, Guatemala, Ecuador, etc.
Aunque claro, no sé nada de la herencia específica de cualquiera—seguramente, ni una sola de ellas era representativa de las mujeres y la belleza verdadera de la gran mayoría de nuestros países. Cada una, por lo menos, podría representar igualmente a España o Francia o Italia—tan distante eran de la belleza que pertenece a la raza [mestiza o no] dominante [en número] en América Latina.
¿Por qué, mas de cien años después de liberarnos de la colonización europea, somos los únicos países descolonizados —mundialmente— que mantienen este manera de autodiscriminación en que la belleza [cultura, cosmología, idioma, etc.] del ex-colonizador está todavía aceptado, casi sin crítica, como superior de lo nuestra?
Claro, nuestras sociedades reconocen un nivel de orgullo sincero en “el pasado glorioso” de las civilizaciones indígenas Azteca, Maya, Inca, etc.
Al mismo tiempo, ignoran, o tal vez sienten una autovergüenza distinta, de las mismas indígenas contemporáneas, descendientes de ellos, que continúan viviendo una vida tradicional como la de nuestros propios ancestros colectivos.
Nosotros, los latinoamericanos, tenemos que rechazar esta noción muy fea y falsa que “ser indio” es igual a “ser pobre, ser al revés, ser inferior” a lo europeo— y, que al subir económica y socialmente no deben avergonzarse de sus raíces indígenas.
Alberto Saldamando del International Indian Treaty Council me dijo hace unos años, “En América Latina, un indio para convertirse en un ‘blanco’, solo necesita ponerse una corbata en el cuello”. Tristemente, esta corbata simbólica ha resultado en una estrangulación virtual como la negación de nuestra herencia, nuestras raíces.
El mes pasado, Bill Means —de la nación indígena Lakota, co-fundador del Grupo de Trabajo sobre las Poblaciones Indígenas, ONU— notó durante un discurso público sobre el tema “El Nacimiento de los Derechos Humanos: Contacto Indígena con Europa y El Origen de la Ley Internacional”, su primera realización que, de verdad, la gran mayoría de indios en las Américas no hablan inglés sino español—y por eso, vale mucho abrir las líneas de comunicación entre el norte y sur.
Así, Ingrid Washinawatok “Flying Eagle Woman”, —una líder indígena norteamericana del Nación Menominee, trágicamente asesinada por los militantes de las FARC, dio su vida por asistir a pueblos indígenas en Colombia. Hoy, esta visión panamericana continúa en las obras de líderes indígenas como la estimada Rigoberta Menchú Tum, ganadora del Premio Nobel de la Paz.
Durante la época de la lucha por los Derechos Civiles en los ‘60s y ‘70s, los latinos—especialmente Chicanos—lucharon por nuestros derechos humanos básicos y por una plataforma pro-indigenista. En 2007, todos somos beneficiarios de lo que ganaron – aunque la lucha continúa. Un movimiento internacional indígena, reconocido por los altos niveles de la ONU —por su Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas—, está floreciendo profundamente en esa época. Es un tiempo histórico y nosotros, Latin(di)os en los Estados Unidos, debemos estar orgullosos.
Cristina Veran es una escritora radicada en Nueva York.
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